Ya sabemos que la educación en el tiempo libre es fundamental en el desarrollo evolutivo de la persona. Son muchas las teorías que avalan esta afirmación. Pero… ¿nos hemos preguntado alguna vez si tantos valores, experiencias y propuestas “calan” en ellos?
La persona que dedica esfuerzo, tiempo y energía a la educación en el tiempo libre sabe bien que a veces se logran los objetivos y otras no, a veces hay alegrías y otras decepciones. Sabe bien de la vida, porque en el tiempo libre se conoce a la persona en otra faceta, en otra realidad más personal, más crítica. Con “crítica” me refiero a que es posible que no aprendan contenidos curriculares, pero se juegan el sentido y las referencias vitales.
Por todo ello, me gusta llamar al monitor de tiempo libre como “animador”. Animador hace referencia a alma, en latín “anima”. Y es que, el animador está llamado a ser transformador y acompañante de almas.
Programas, proyectos, actividades, objetivos, líneas de acción, recursos son productos derivados de la intuición de la persona que se sabe educadora de almas. Todo adquiere sentido en el animador que quiere mejorar la sociedad, que tiene una voz que decir y un sentido vital que proponer. El animador, a mi entender, parte de su realidad y experiencia de vida. Y en el fondo, se pregunta: ¿por qué no proponer a otros lo que a mí me hace feliz?
Detrás de tantas actividades y “haceres” se esconde una preocupación y un interés por la persona que va más allá de la diversión mediante juegos. No hace falta justificar por qué es necesario apostar por educar en el tiempo libre. Ahora bien, ¿quién puede educar? Fácil y sencillo. Educa quien se deja educar primero. Quien cuida su alma, puede cuidar otras almas. Este es el animador, quien trabaja con personas desde las personas. Porque, como si fuera de una lluvia fina, “cala” todo aquello que proponemos desde el alma.
Luis Álvarez Rodríguez