Trabajar con chicos, a simple vista, no parece muy complicado. Si se comenta que uno es monitor de tiempo libre y que se va de campamentos con los chicos, normalmente una de las virtudes que más se reseñan es la paciencia. Después, el sacrificio (especialmente si es desde el voluntariado). También es común encontrar sensaciones enfrentadas: O bien no se aguantan a los críos (salvo que sean propios, suelen apostillar para no dar imagen más propia de Mr. Scrooge) o bien se considera que es una bendición, y se valora la importancia del trabajo con ellos.
Convivir con ellos, en ocasiones, no parece difícil. Basta o bien tener la paciencia necesaria o bien estar cómodo/a con ellos. Pero, ¿Es el animador un mero conviviente? Enseguida aflora un no como respuesta. Por supuesto, el animador tiene que saber hacer actividades para ellos, y, llegado el caso, jugar con ellos, hacer malabares, tocar la guitarra/cualquier otro instrumento, tener rudimentos de la vida en la montaña… etc.
¿Es, pues, el animador un mero “entretenedor” de la juventud, esto es, el que le prepara juegos, le hace trucos de magia, le canta la última canción de reggeaton o el que le organiza la mejor fiesta posible a la que los padres del chaval le permiten ir? Aquí la respuesta ya es menos clara, y muchos son de la opinión de que, con todo esto, basta (y en ocasiones hasta sobra) para ser monitor de tiempo libre. Pero mi opinión es totalmente contraria.
¿Qué está en manos del animador mientras el chaval está con él, especialmente en las actividades de larga duración (campamentos, campos de trabajo, convivencias… etc.)? El animador, a fin de cuentas, está siendo una figura de referencia para el chaval, que, sin ser el referente paterno/materno, tiene una influencia notable en la vida del chico.
Aunque sea de modo indirecto, el animador está siendo su educador, puesto que puede que el animador en cuestión no tenga la intención de educarle, pero lo está logrando por medio de un proceso peculiar de aprendizaje (El chaval aprende, por observación, lo que el animador hace y dice).
De esta manera, y reconociendo esta función pedagógica, será, pues, necesario que el animador esté dispuesto a educar al joven de quien está encargado. No es algo baladí, puesto que puede llegar a suponer uno de los referentes más importantes en su vida, al menos mientras está creciendo.
De aquí sale la necesidad de lo que llamaba en el título “formación permanente”. Soy de la opinión, aunque pueda ser tachada de ambiciosa, de que cuantas más aptitudes tenga el animador, mejor podrá, primero, acercarse al chaval, y, segundo, educarle.
Ejemplo práctico: Alguien que quiera aprender a tocar la guitarra sin acudir al conservatorio, acudirá al animador que siempre lleva su guitarra al centro, al campamento… etc. De esta manera, si el animador constituye una figura sana (definiendo sana como aquel que sabe iniciar un proceso de educación para el joven de una manera no intrusiva/abusiva), podrá tener un elemento clave sobre el que estribe la educación del chaval. Súmese a esto la adquisición de rudimentos no solo de música, sino de teatro, cine, fotografía, deporte… cualquier disciplina que el joven considere como útil, cada animador será un pequeño tesoro que estará a disposición del chaval cuando lo necesite.
Esto no implica que el animador en cuestión sea la figura más valiosa de este proceso, puesto que el animador de turno no es la figura central de este proceso. Su labor se reducirá a despertar inquietudes en el chaval, para que este pueda recaudar parte de este inmaterial tesoro y, llegado al caso, pueda convertirse en tesoro para el resto.
Personalmente, creo que una buena meta es que cada animador se interese por cualquier disciplina durante un curso, esto es, mientras está estudiando/trabajando, puede dedicarse a indagar sobre cualquier disciplina que interese al chico (aunque sea sabiendo jugar una partida de Fortnite o del tan en auge Mario Kart o cualquier juego de este estilo), y que sea, preferiblemente, educativa (que implique o pueda implicar un cambio profundo y estable en la vida del joven a través de la experiencia).
Creo que, de este modo de educación alternativa (un año dedicado a X disciplina para poder formar a jóvenes), puede llegar a conseguirse mejores jóvenes para el futuro, cambio que empieza desde los animadores de tiempo libre (normalmente jóvenes). Así es como los jóvenes serían el motor de una mejora social importante, y más importante aún, desde el tiempo libre, espacio de aprendizaje en el cual, por no ser formal, se está mucho más predispuesto a la adquisición de conocimientos. Animemos, entonces, a los jóvenes a ser el cambio que necesita la sociedad.
Víctor Ballesteros Sánchez-Molina